qué (no) tan lejos

Odio, odio, odio cuando alguien te enseña uno de sus trabajos esperando aprobación. Odio cuando faramar me obliga a comentar sus posts, cuando F.A. me hace criticar sus cuentos o cuando cualquiera te enseña su “gran obra maestra de este mes”. Así que fui al cine con miedo. De Tania Hermida sé todo lo que cuenta su primo. De Gervasio, algún corto y un viaje a velocidades supersónico. Oficialmente, no se trata de una de esas ocasiones en las que se espera la aprobación. Fui al cine pagando, nada de invitaciones, y me llevé todos los trípticos, folletos y papeles que pude del cine.
Y claro, ahora digo que me encantó y parece que quiero quedar bien, pero lee un poco más arriba; no conozco a nadie de los de la peli; no tengo que quedar bien con nadie. Y mira que no soy fan de Octavio Paz.
“Qué tan lejos” huye de los clichés. Te equivocas si creías que era una peli de mochileras españolas que descubren un nuevo mundo, si crees que es una tragedia costumbrista o una road movie al uso. Luego lees las críticas e incluso te reconcilias con los que se ganan la vida escribiendo sobre películas de otros.
Pero hay gente que disfrutó la película mucho más. El cine, lleno de ecuatorianos (¿nadie se había planteado que la peli podía tener mucho tirón entre los inmigrantes?) se reía a carcajadas con el taxista, con los niños, con las palabras de Esperanza (antológica e incomprendida la risotada general cuando dijo “que había caravana”). Yo me reía con la mochilera que flipa con los indios o con las discusiones sobre qué antepasados habían matado más.
La curiosa mezcla de inmigrantes y gafapastas aplaudió al terminar. Yo tuve miedo de ser el primero.