Silvie había terminado su licenciatura. "Recién terminé mi licenciatura" decía en su español aprendido en la frontera mexicana. Y después de tantos años rodeada de "Bellas Artes", su próxima misión debía ser Europa, la tierra de las artes, el renacimiento y bla bla bla. Aunque ella supiera mucho de Shepard Fairey y poco de Leonardo, algunas visitas eran obligadas, como el que sabe que tiene que visitar Eurodisney cuando viaja con niños. Pero ella iba sola. Una rubia americana sola en Europa cumpliendo su sueño, el mismo sueño que otras cientos de rubias americanas solas en Europa. Al menos ella volvería a casa con recortes de una prensa que a veces no comprendía. Uno de los últimos días guardó una noticia sobre un libro de un tal Bryce Echenique, en el que el tipo se sorprendía de cómo la escritura parecía asociada con la seriedad.
En su viaje hizo todo lo que debía hacer, excepto escribir a diario. Quizás fuera lo mejor, así podría recrear sus historias sin centrarse en lo que ocurrió en realidad. Y lo que ocurrió fue que llegó a Barcelona con unas zapatillas viejas y una mochila sucia. Una cita con el único conocido en la tierra le abrió algunas puertas. El tipo, un alemán llegado hace años al mediterráneo, se había hecho un nombre a base de crear pequeños muñecos a mano, y su éxito le hacía el protagonista oculto de una serie de anuncios de una cadena de coches. Habló con Boris, y Boris, obligado por los amigos comunes, convirtió a su invitada en el centro de cada fiesta.
En una de ellas quizás bebió de más. La "obra" de Silvie, que en principio no era más que una estatua humana más de La Rambla, parecía engrandecerse mientras la exponía a aquél hombre de la fiesta. No era una estatua más, era un reclamo cultural, un enfado ante lo gris, una pausa obligada en las miradas al suelo, una invitación a disfrutar de edificios desconocidos. Habló de cómo miles de personas habían pasado horas buscando una lagartija esculpida en un edificio, de cómo habían descubierto la belleza mientras buscaban ese detalle que en principio no tenía más importancia. De cómo cientos de extranjeros, cerveza en mano, podrían encontrar la excusa perfecta para mirar la extraña arquitectura barcelonesa.
Aquél hombre no bebía mucho y sin embargo parecía entusiasmado por la idea. Incluso más que ella. Aquél hombre no dejó terminar su historia a Silvie. Le pidió el teléfono, como tantos otros, y le cedió el suyo garabateado en una tarjeta con el escudo de Barcelona. Aquél hombre, la primera vez que frecuentaba una fiesta de "artistas" había descubierto a alguien, y su puesto en el area de cultura del Ayuntamiento de Barcelona le ayudaría en un par de gestiones que le harían parecer un hombre de su tiempo, un hombre moderno interesado en el arte actual.
Por eso Silvie cada día a las 12 de la mañana se desviste, se coloca un short y un poco de pasta de dientes en el cepillo y sale a las Ramblas a invitar al mundo a mirar al cielo.
martes, 21 de noviembre de 2006
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Tardaste menos de lo que imaginaba ;-). ¡Genial!
ResponderEliminarPor cierto... ¿No sería genial tener tantas manos como guantes?. Guauuu, podría ser más productiva e incluso, tener más tiempo para actualizar el blog, jajaja. Tanto guante, tanto guante, y yo con un sólo ojo.
ResponderEliminarFdo.Lila
cuidado K., a ver si deni se va a enfadar por "robarle" alguna idea y te va a decir que tu historia es un plagio de la suya...
ResponderEliminarahora en serio, os imagináis que la verdadera "silvie" encontrará su foto buceando en internet y leyera "sus historias"?
Eso mismo me he preguntado yo..si la protagonista leyera sus historias. Seguid con el partido de tenis que me gusta..ahora a Lila le toca poner una foto inspirada en tu historia?. Max.
ResponderEliminaryo estoy tranquilo, F.A., Deni sólo acusa de plagio a aquellas historias que realmente se parecen a la suya...
ResponderEliminarYa la has liado. Ya tenemos a F.A. doblemente picado.
ResponderEliminar