lunes, 15 de octubre de 2007

Tengo un amigo al que profeso un gran cariño pese a tener la confianza justa.
A lo largo de los años ha sido una de las pocas personas que me considera psicólogo en todo momento, y no solo a la hora de criticar algo que he dicho/hecho.
Siempre me pregunta porqué no vuelvo a "algo de lo mío" como dando por sentado que solo tendría que querer (y para empezar, no quiero).
En un par de ocasiones incluso me ha recomendado como ayuda para personas cercanas, a las que por supuesto he derivado. Ese detalle dice mucho, bastantes supuestos amigos no me prestarían su gato, lo sé.

Hace tiempo que no lo veía. El otro día me lo crucé de casualidad cerca de mi casa. Nos pusimos un poco al día y confirmamos nuestros teléfonos (hoy día es difícil tener el número correcto de alguien a quien no llamas desde hace más de un año) con la intención de mantener el contacto.

Hoy lo he llamado. Le he pedido que me eche una mano con una multa.
A cada frase que salía de mi boca se le iba cayendo gota a gota un poquito de autoestima.

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