Mi amigo Alejandro A.

"¡Alejandro!". Grito. No para.
"¡Alejandro!".
Para en seco pero tarda un par de segundos en girarse. Lo justo para que me haya plantado en sus narices.
Trata de reconocerme.
"¿Te importa?" le digo mientras voy sacando el móvil del porta documentos estorbado por el paraguas.
Duda por un instante pero asiente y se coloca junto a mí (se nota que es tímido) cabeza con cabeza para salir en la foto.
Al principio pensé que el hecho de ser él el que se acercara a mí para la foto se debía a su humildad, luego caí en que su más que probable perfeccionismo le obligó a buscar el mejor en cuadre.

Mientras coloco el móvil le digo: "no voy a decirte eso de que soy un gran admirador y tal porque te haría perder más tiempo".

Permanece junto a mí, expectante, esperando ese par segundos que el teléfono tarda en mostrar el resultado.
La foto se revela y ambos asentimos satisfechos (sabe perfectamente que de haber salido mal le habría obligado a repetir y agradezco enormemente que no intentara escapar).
Le doy las gracias y me despido contento, feliz, como un director con el Oscar entre las manos.

De repente caigo en la cuenta. Me giro y corro tras él.
- Oye, que mi prima está a punto de estrenar película. ¿Porqué no te dejas caer y hablas de ella en alguna entrevista?.
- Vale, ¿cómo se llama tu prima? ¿Y la película?... ¿Qué tan lejos? ¿en serio? Ya la he visto. Es muy buena. Y de hecho hablé de ella hace una semana.

Bueno, lo reconozco, no me giré ni le hablé de la película. De hecho creo que Alejandro Amenabar no abrió la boca en los 5 minutos que pasamos juntos. O tal vez no le dejé, vaya usted a saber.